El guerrero de la palabra
La poesía vital de José Watanabe
Este 25 de abril se han cumplido siete años de la sentida partida del poeta , cuya presencia sigue creciendo y dando lugar a nuevas interpretaciones, pues su poesía sigue escalando el cielo como el sol al amanecer.
shizukasa ya
iwa ni shimiiru
semi no koe
(Todo en calma.
Penetra en las rocas
la voz de la cigarra)
Matsuo Bashō
Apacible hasta la desesperación. Imperturbable en cada uno de sus actos. Así era José Watanabe, ese poeta nuestro que ensartaba las palabras como cuentas de collares infinitos que nos obsequiaba en sus poemas, aquella bella poesía que nos invitaba a la contemplación, la calma, a la paz interior.
El poeta ha sido considerado uno de los representantes más importantes de ese encuentro entre las tradiciones de la poesía japonesa y occidental, que en el caso del peruano, se debe a la notable influencia de grandes poetas japoneses como Matsuo Bashō, aunque él se cuidaba de señalar que su poesía no era propiamente una simbiosis entre el haiku o el tanka y la tradición poética más occidental. Inclusive, el poeta afirma que antes que la influencia japonesa, era la de su padre, quien desde pequeño le leía y traducía poesía japonesa. Por cierto, no olvidemos lo particular del lugar donde creció Watanabe, la ex hacienda Laredo, donde su vida se alimenta del paisaje y el valle, de la vida tranquila en la comunidad rural, de la sobria naturaleza que lo rodeaba, y de la cultura de sus habitantes, donde lo andino es una de las vertientes que alimenta su poesía.
Un aspecto notable de su poesía, es justamente esta notable presencia de la naturaleza, aquello que Víctor Vich ha definido como materialismo “real” donde la naturaleza no es inconmovible, no es algo que se encuentra por encima y por fuera del poeta, sino que es reestructurado por la palabra y toma lugar en el poema transformada. He de agregar que la naturaleza es para José Watanabe un punto de referencia, su materia, donde el hombre es parte de ella, a veces una fuerza descomunal que enfrenta al hombre, otras veces una porción de la realidad que el hombre debe conocer, aprender de ella, pues es una oportunidad para verse a sí mismo, para entenderse y apreciarse. Esto último lo aleja de cualquier naturalismo, en última instancia, la poesía de Watanabe no es una naturaleza muerta, sino una mirada viva, donde el poeta se convierte en un ojo interior, que apropia los hechos de su propia vida, y les da un significado distinto, un nuevo orden, una nueva historia (natural) hecha de poesía vital, de su propia vida.
Han pasado siete años de ese 25 de abril que nos arrebató al poeta, y su presencia sigue creciendo y dando lugar a nuevas interpretaciones. El cine, algo muy cercano a José Watanabe quien fue un correcto guionista, hace un homenaje a su memoria a través del documental “José Watanabe: El guardián del hielo”, dirigida por el cineasta Javier Corcuera (autor de “Sigo siendo”) que se estrenó ayer en el Centro Cultural de la PUCP. Nosotros, comunes mortales, debemos también brindarle nuestro testimonio y gratitud por su bella poesía que hoy puede encontrarse reunida en su totalidad (*), y ese homenaje es su lectura, su estudio, pero sobre todo, esa sensación que nos trae el gozo de sentir las imágenes que nos proyectan sus poemas, que nos invitan a la reflexión y a valorar el enorme poder de la poesía y el (h) uso de la palabra, como un recurso inagotable, benéfico, transformador, que hace de cualquiera que lea, aprecie y sienta cada verso, como un verdadero guerrero, un guerrero de la palabra, pacífico y sencillo como José Watanabe.
Selección mínima:
Diatriba contra mi hermano próspero
Mi hermano el próspero
sumergido en su sofá versallesco
preludia
como elefante en suave regocijo
su siesta.
Mira el mar en la falsa profundidad de la pecera
y organiza la tarde como si fuera un negocio.
Sólo oigo girar la rueda de la fortuna
cuando me acerco sigiloso para mirar a través de su ojo
y el caracol que nos anunció el mar que desconocíamos
se ha convertido
en cornucopia.
Lo rodea un aire robusto, un aire de torre gorda
y menos que gusano soy
ante la concurrencia de parientes y público en general.
A veces pienso en mi padre
que nos aguarda a todos entre la niebla
bebiendo el licor de las botellas vacías,
seguro se alegra
seguro me invita un trago
si le arribo sin chequera
y de todos el más escaldado.
De: Álbum de familia (Lima, 1971).
El anónimo (alguien, antes de Newton)
Desde la cornisa de la montaña
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire
siento confusamente que la piedra no cae
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable.
Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
y no pronuncia nada.
La revelación, el principio,
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos
y todavía es innombrable.
Yo me contento con haberlo entrevisto.
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.
Algún día otro hombre, subido en esta montaña
o en otra,
dirá más, y con precisión.
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.
De: El huso de la palabra (Lima, 1989).
***
Mamá cumple 75 años
Cinco cuyes han caído
degollados, sacrificados, a tus pies de reina vieja.
Sangre celebra siempre tu cumpleaños, recíbela
en una escudilla
donde pueda cuajar un signo brillante
además del cuchillo.
La bombilla de luz coincide con tu cabeza dormida
y te aureola: Comenzamos a quererte
con cierta piedad,
pero tus ojos
tus ojos se abren rápidos como avisados, y revive en ellos
un animal de ternura demasiado severa.
Tus ojos de ajadísimo alrededor
son el resto indemne
del personaje central que fuiste entre nosotros,
cuando alta y enhiesta
alargabas el candil hacia la oscuridad
y llamabas susurrando
a nadie. Las sombras en el muro y los gatos
detrás de la frontera terrible
eran inocentes. Tú, señora, eras el miedo.
Cinco cuyes pronto estarán servidos en la mesa.
Otros eran los del rito curador, los de entrañas abiertas y sensitivas
que revelaban nuestras enfermedades.
Estos son de diente, de presa. No dirán
que tú eres nuestra más antigua dolencia.
De: Historia Natural (Lima, 1994).
***
El maestro de kung fu
Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco
Se mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte
de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.
Su enemigo ataca con movimientos de animales
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.
Ninguno vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo- me dice el maestro.
Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.
De: Cosas del cuerpo (Lima, 1999).
***
Resurrección de Lázaro
El poder de su voz venía del convencimiento
de que él era Él,
y así llegó hasta tu sello de piedra
para ordenar que tus carnes entraran nuevamente
en el tiempo.
Y ahora limpia el atroz perfume de la muerte
en agua clara y fresca: lava tus largas vendas
en la corriente del río
como los pobres desaguan los interminables intestinos de ganado
que guisan y comen,
y luego enróllalas
y guárdalas.
Sé, pues, precavido
porque nadie sabe hasta cuándo durará el terrible
milagro.
Él dijo que te levantaras y no dijo más, ninguna promesa.
Tal vez solo tienes apurados días
para contemplar con tus ojos de carne rediviva
a tus hermanas comiendo pan y mollejas.
Debo decirte, Lázaro,
que aquí en Betania ya no tenemos noticias del Milagroso.
Sin profetas nos sentimos muy solos.
Cuando retornes a tu sepulcro
no volverás a escuchar
su voz impertinente detrás de la piedra.
De: Habitó entre nosotros (Lima, 2002).
***
La piedra alada
EL pelícano, herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo.
Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.
De: La piedra alada (2005)
***
Banderas detrás de la niebla
Hay una vejez triste e indefinida en el puerto,
más herrumbre en el muelle
y bares sospechosos en la ribera
donde antes había casonas rodeadas de yerba tenaz.
Una noche, cuando una niebla densa y turbia
cubría el mundo, yo caminé a tientas
por el entablado del muelle. Adolescente aún,
acaso buscaba el terror gozoso de la evanescencia.
Iba confirmando con las manos la baranda, sus uniones
de metal, las cuerdas de las trampas de cangejos
atadas a las cornamusas oxidadas. Los cangrejos
merodeaban de noche los restos del pescado eviscerado, tripas
que rodaban en el fondo marino
o se enroscaban como serpientes en las pilastras del muelle.
Escuchaba la suave embestida de las olas
en el costado de los pequeños botes
que en las madrugadas salían a recoger redes
cruzando entre los buques de guerra estacionados en la bahía.
Un perro abandonado en el fondo de un bote, tan ciego
como yo, gemía.
Entonces vi banderas que alguien, a lo lejos, agitó
detrás de la niebla.
Quedé deslumbrado y mudo. Ninguna apostilla
sobre la belleza hablará realmente de aquellas banderas.
De: Banderas detrás de la niebla (2006)
(*) Poesía Completa. José Watanabe. Colección Cruz del Sur, Pre-Textos, 2008 [Reimpresión 2013]