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José watanabe,  1945-2007

El guerrero de la palabra

La poesía vital de José Watanabe

Este 25 de abril se han cumplido siete años de la sentida partida del poeta , cuya presencia sigue creciendo y dando lugar a nuevas interpretaciones, pues su poesía sigue escalando el cielo como el sol al amanecer.

Luis Pineda

Publicado: 2014-04-27

shizukasa ya 

iwa ni shimiiru

semi no koe

(Todo en calma.

Penetra en las rocas

la voz de la cigarra)

Matsuo Bashō

Apacible hasta la desesperación. Imperturbable en cada uno de sus actos. Así era José Watanabe, ese poeta nuestro que ensartaba las palabras como cuentas de collares infinitos que nos obsequiaba en sus poemas, aquella bella poesía que nos invitaba a la contemplación, la calma, a la paz interior.

El poeta ha sido considerado uno de los representantes más importantes de ese encuentro entre las tradiciones de la poesía japonesa y occidental, que en el caso del peruano, se debe a la notable influencia de grandes poetas japoneses como Matsuo Bashō, aunque él se cuidaba de señalar que su poesía no era propiamente una simbiosis entre el haiku o el tanka y la tradición poética más occidental. Inclusive, el poeta afirma que antes que la influencia japonesa, era la de su padre, quien desde pequeño le leía y traducía poesía japonesa. Por cierto, no olvidemos lo particular del lugar donde creció Watanabe, la ex hacienda Laredo, donde su vida se alimenta del paisaje y el valle, de la vida tranquila en la comunidad rural, de la sobria naturaleza que lo rodeaba, y de la cultura de sus habitantes, donde lo andino es una de las vertientes que alimenta su poesía.

Un aspecto notable de su poesía, es justamente esta notable presencia de la naturaleza, aquello que Víctor Vich ha definido como materialismo “real” donde la naturaleza no es inconmovible, no es algo que se encuentra por encima y por fuera del poeta, sino que es reestructurado por la palabra y toma lugar en el poema transformada. He de agregar que la naturaleza es para José Watanabe un punto de referencia, su materia, donde el hombre es parte de ella, a veces una fuerza descomunal que enfrenta al hombre, otras veces una porción de la realidad que el hombre debe conocer, aprender de ella, pues es una oportunidad para verse a sí mismo, para entenderse y apreciarse. Esto último lo aleja de cualquier naturalismo, en última instancia, la poesía de Watanabe no es una naturaleza muerta, sino una mirada viva, donde el poeta se convierte en un ojo interior, que apropia los hechos de su propia vida, y les da un significado distinto, un nuevo orden, una nueva historia (natural) hecha de poesía vital, de su propia vida.

Han pasado siete años de ese 25 de abril que nos arrebató al poeta, y su presencia sigue creciendo y dando lugar a nuevas interpretaciones. El cine, algo muy cercano a José Watanabe quien fue un correcto guionista, hace un homenaje a su memoria a través del documental “José Watanabe: El guardián del hielo”, dirigida por el cineasta Javier Corcuera (autor de “Sigo siendo”) que se estrenó ayer en el Centro Cultural de la PUCP. Nosotros, comunes mortales, debemos también brindarle nuestro testimonio y gratitud por su bella poesía que hoy puede encontrarse reunida en su totalidad (*), y ese homenaje es su lectura, su estudio, pero sobre todo, esa sensación que nos trae el gozo de sentir las imágenes que nos proyectan sus poemas, que nos invitan a la reflexión y a valorar el enorme poder de la poesía y el (h) uso de la palabra, como un recurso inagotable, benéfico, transformador, que hace de cualquiera que lea, aprecie y sienta cada verso, como un verdadero guerrero, un guerrero de la palabra, pacífico y sencillo como José Watanabe.

Selección mínima:

Diatriba contra mi hermano próspero

Mi hermano el próspero

sumergido en su sofá versallesco

preludia

como elefante en suave regocijo

su siesta.

Mira el mar en la falsa profundidad de la pecera

y organiza la tarde como si fuera un negocio.

Sólo oigo girar la rueda de la fortuna

cuando me acerco sigiloso para mirar a través de su ojo

y el caracol que nos anunció el mar que desconocíamos

se ha convertido

en cornucopia.

Lo rodea un aire robusto, un aire de torre gorda

y menos que gusano soy

ante la concurrencia de parientes y público en general.

A veces pienso en mi padre

que nos aguarda a todos entre la niebla

bebiendo el licor de las botellas vacías,

seguro se alegra

seguro me invita un trago

si le arribo sin chequera

y de todos el más escaldado.

De: Álbum de familia (Lima, 1971).

El anónimo (alguien, antes de Newton)

Desde la cornisa de la montaña

dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,

una acción ociosa

de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.

Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire

siento confusamente que la piedra no cae

sino que baja convocada por la tierra, llamada

por un poder invisible e inevitable.

Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea

y no pronuncia nada.

La revelación, el principio,

fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos

y todavía es innombrable.

Yo me contento con haberlo entrevisto.

No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.

Algún día otro hombre, subido en esta montaña

o en otra,

dirá más, y con precisión.

Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.

De: El huso de la palabra (Lima, 1989).

***

Mamá cumple 75 años

Cinco cuyes han caído

degollados, sacrificados, a tus pies de reina vieja.

Sangre celebra siempre tu cumpleaños, recíbela

en una escudilla

donde pueda cuajar un signo brillante

además del cuchillo.

La bombilla de luz coincide con tu cabeza dormida

y te aureola: Comenzamos a quererte

con cierta piedad,

pero tus ojos

tus ojos se abren rápidos como avisados, y revive en ellos

un animal de ternura demasiado severa.

Tus ojos de ajadísimo alrededor

son el resto indemne

del personaje central que fuiste entre nosotros,

cuando alta y enhiesta

alargabas el candil hacia la oscuridad

y llamabas susurrando

a nadie. Las sombras en el muro y los gatos

detrás de la frontera terrible

eran inocentes. Tú, señora, eras el miedo.

Cinco cuyes pronto estarán servidos en la mesa.

Otros eran los del rito curador, los de entrañas abiertas y sensitivas

que revelaban nuestras enfermedades.

Estos son de diente, de presa. No dirán

que tú eres nuestra más antigua dolencia.

De: Historia Natural (Lima, 1994).

***

El maestro de kung fu

Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea

madruga y danza

frente a los arenales de Barranco

Se mueve como dibujando

una rúbrica antigua, con esa gracia, y

sin embargo, está hiriendo, buscando el punto

de muerte

de su enemigo, el aire no, un invisible

de mil años.

Su enemigo ataca con movimientos de animales

agresivos

y el maestro los replica

en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose

en la infinita coreografía

de evitamientos y desplantes.

Ninguno vence nunca, ni él ni él,

y mañana volverán a enfrentarse.

-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario

cuando danzo- me dice el maestro.

Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.

De: Cosas del cuerpo (Lima, 1999).

***

Resurrección de Lázaro

El poder de su voz venía del convencimiento

de que él era Él,

y así llegó hasta tu sello de piedra

para ordenar que tus carnes entraran nuevamente

en el tiempo.

Y ahora limpia el atroz perfume de la muerte

en agua clara y fresca: lava tus largas vendas

en la corriente del río

como los pobres desaguan los interminables intestinos de ganado

que guisan y comen,

y luego enróllalas

y guárdalas.

Sé, pues, precavido

porque nadie sabe hasta cuándo durará el terrible

milagro.

Él dijo que te levantaras y no dijo más, ninguna promesa.

Tal vez solo tienes apurados días

para contemplar con tus ojos de carne rediviva

a tus hermanas comiendo pan y mollejas.

Debo decirte, Lázaro,

que aquí en Betania ya no tenemos noticias del Milagroso.

Sin profetas nos sentimos muy solos.

Cuando retornes a tu sepulcro

no volverás a escuchar

su voz impertinente detrás de la piedra.

De: Habitó entre nosotros (Lima, 2002).

***

La piedra alada

EL pelícano, herido, se alejó del mar

y vino a morir

sobre esta breve piedra del desierto.

Buscó,

durante algunos días, una dignidad

para su postura final:

acabó como el bello movimiento congelado

de una danza.

Su carne todavía agónica

empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus

huesos

blancos y leves

resbalaron y se dispersaron en la arena.

Extrañamente

en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,

sus gelatinosos tendones se secaron

y se adhirieron

a la piedra

como si fuera un cuerpo.

Durante varios días

el viento marino

batió inútilmente el ala, batió sin entender

que podemos imaginar un ave, la más bella,

pero no hacerla volar.

De: La piedra alada (2005)

***

Banderas detrás de la niebla

Hay una vejez triste e indefinida en el puerto,

más herrumbre en el muelle

y bares sospechosos en la ribera

donde antes había casonas rodeadas de yerba tenaz.

Una noche, cuando una niebla densa y turbia

cubría el mundo, yo caminé a tientas

por el entablado del muelle. Adolescente aún,

acaso buscaba el terror gozoso de la evanescencia.

Iba confirmando con las manos la baranda, sus uniones

de metal, las cuerdas de las trampas de cangejos

atadas a las cornamusas oxidadas. Los cangrejos

merodeaban de noche los restos del pescado eviscerado, tripas

que rodaban en el fondo marino

o se enroscaban como serpientes en las pilastras del muelle.

Escuchaba la suave embestida de las olas

en el costado de los pequeños botes

que en las madrugadas salían a recoger redes

cruzando entre los buques de guerra estacionados en la bahía.

Un perro abandonado en el fondo de un bote, tan ciego

como yo, gemía.

Entonces vi banderas que alguien, a lo lejos, agitó

detrás de la niebla.

Quedé deslumbrado y mudo. Ninguna apostilla

sobre la belleza hablará realmente de aquellas banderas.

De: Banderas detrás de la niebla (2006)

(*) Poesía Completa. José Watanabe. Colección Cruz del Sur, Pre-Textos, 2008 [Reimpresión 2013]


Escrito por

eleperu2

Observador de la realidad monda y lironda


Publicado en

Guerrero de la Palabra

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